martes, 29 de septiembre de 2015

Historia de Guatepeor - Prólogo

Este libro cuenta la historia de un país latinoamericano donde las cosas salen siempre un poco peor de lo esperado. Como todos los países Guatepeor recorre el camino entre el atraso del pasado y la tecnología del futuro, aunque lo hace en sentido inverso.

Si Ud. piensa que ya nada peor puede ocurrir, es porque no visitó Guatepeor. Cuando todo hace pensar que han ocurrido todas las calamidades posibles, Guatepeor nos sorprende con algo. Agradecemos que en Guatepeor, si bien las cosas se hacen mal y resultan peor, algunas pocas veces, por casualidad, sale algo bien.

Como todo ciudadano queremos lo mejor para nuestro país, pero nuestros políticos en lugar de elegir "Pobre pero Honrado" eligen "Rico pero Ladrón", y a nuestro pueblo, ante la disyuntiva "Mejor es ser Pobre y Sano que no Rico y Enfermo", le toca "Pobre y Enfermo".

Queremos ser modernos, queremos ser avanzados y tecnológicos, crecer y desarrollarnos. Contamos con buenos deseos y optimismo. El hecho de que hasta ahora los resultados no han sido buenos no implica que alguna vez nuestra suerte no deje de empeorar. Tanto.

La juventud leerá esta historia y buscará nuestros desaciertos para aprender de ellos, y buscará nuestros aciertos, y quizá los encuentre.

Este libro recoge hechos históricos de diversos países de la región, que a menudo parecen ficción. Y hay un ingrediente de ficción, para no acusar a nadie. A menudo se sugiere que tal o cual hecho narrado aquí se asocia a cierto hecho histórico de algún país, sea por intención del autor o por casualidad. Se lo revelará en un documento abierto anónimo, para el cual las colaboraciones (comentarios en el blog) son bienvenidas.

La versión mejorada de este libro en documento .pdf, sin publicidad, está disponible en Amazon a bajo precio.


Las nuevas versiones del libro incorporarán los mejores comentarios de este blog.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Prólogo del Corrector

Este libro fue escrito por un grupo de profesores de historia por encargo del Presidente de Guatepeor, en conmemoración de un aniversario de la Creación del País.

Debido a que nuestro amado país cambió varias veces de nombre, de fecha de fundación y hasta de ubicación, no es fácil saber cual es su aniversario, y menos aún escribir su historia. A esto se suman varios gobiernos que la modificaron por decreto, obligando a modificar los libros de historia nacional e internacional.

El Profesor Serapio Sergiovich fue el coordinador principal de esta magna obra, pero avergonzado del resultado, siempre negó su participación. Sabemos que no se llama así y no es profesor, pero no hay a quien más atribuirle el resultado. 


Prólogo de la Tía del Autor

No sé porqué yo tengo que escribir esto, de un libro que leí muy por encima y sin los lentes que los perdí. Pero mi sobrino es un chico muy capaz, y aunque no estoy de acuerdo con que pierda el tiempo en estas pavadas, quizá tenga suerte y le salga lindo el libro. Plata no va a ganar, ya le dije, y podría hacer algo más productivo, pero es terco. Y además le dije que lo termine de una vez, porque cada vez ve algo en el noticiero y se le ocurre algo más para escribir. Interminable. Y además quizá a algún político lo tome a mal y le cause problema. Yo no sé porqué el chico se mete en estas cosas. Yo le digo chico pero ya casi tiene 60, y está con este perdedero de tiempo desde los 23. Si le escriben algún comentario díganle que muy lindo el libro, pero que no quieren ninguna continuación ni segunda parte. A ver si salimos de Guatemala y caemos en Guatepeor.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Capítulo 1: El Héroe Nacional Máximo Las Puertas (1546-1601)


Guatepeor es una nación pequeña y pobre, perdida en el espesor de la selva amazónica y olvidada de la mano de Dios. No ha ganado grandes guerras ni ha creado obras monumentales, pero sus habitantes la amamos y estamos orgullosos de su futuro y esperanzados por su pasado. Este es el motivo de ser de esta historia, destinada a perpetuar tanto las hipotéticas hazañas de nuestros patriotas como los pequeños logros cotidianos de nuestros ciudadanos.

Empezamos pues narrando la biografía de quien llegó por primera vez a estas tierras cuando eran incultas y salvajes (ahora siguen incultas, y en lugar de salvajes usamos el término “agrestes”, que atrae más a los turistas): nuestro Descubridor y Fundador: Máximo Las Puertas.

Las Puertas, noble español consagrado a la tarea de conocer y educar a América, vivió intensa y apasionadamente, dejando su aguzada pluma registro fiel de cuanto hacía y veía. Se conservan en el Museo Nacional de Historias de Guatepeor su "Diario de Memorias y Recuerdos", y la correspondencia que dirigiera durante varios años a su prometida Esperanza Piedras en España. Nos basamos también en la obra de Modesto Salvatierra, "Algunos apuntes sobre Guatepeor", (14 tomos, Editora Universitaria de Mandiguní), y en la sección de “Históricas” del álbum de figuritas ColectiPum. Existen también las críticas antipatrióticas de Julián de Montepío y otros revisionistas, pero son difíciles de conseguir. Quien las quiera leer, puede ir preso y encontrarlas en la biblioteca de la cárcel.

Las Puertas nació en un pueblecito de Castilla en 1546, hijo de un zapatero con aspiraciones de noble. Tuvo una niñez feliz, pese a que su familia soportó numerosas privaciones y el pequeño Máximo debió siempre remendar zapatos, botas y chanclos a la par de su padre, a la vez que ayudar en las tareas domésticas a su madre. Aún años más tarde, cuando ya era Fundador de la Nación y Conde de Guatepeor, solía interrumpir sus labores de Estado para reparar un tacón o zurcir una puntera.

Parece ser que de niño Las Puertas era inquieto y travieso, y más de una vez su padre debía castigarlo por dejar en el interior de los zapatos que reparaba clavos destinados a herir el pie de un cliente antipático, o por untar con brea el interior de la bota de una dama de copete. También solía integrar bandas de pilletes que arrojaban fuegos de artificio al maestro durante la clase, aflojaban las ruedas de las carretas durante la noche, o soltaban ratones vivos en medio de la misa dominical.

Gracias a la preocupación de sus padres por su bienestar (el de ellos), pudo Máximo Las Puertas viajar a Salamanca para cursar algún estudio. Refiere Las Puertas en su diario que disfrutó mucho de su nueva vida en la gran ciudad, e hizo muchas amistades entre sus compañeros de estudios y las mozas del lugar. No dice mucho sin embargo de su desempeño académico. Sin embargo, su conocimiento de la ciudad universitaria (y sus tabernas y tugurios) le bastó para adjudicarse los títulos de barbero, herborista, médico, astrólogo, profesor y erudito en Historia, Religión y Literatura, profesiones todas que ejerció indistintamente y con escasa fortuna.

Los retratos actuales del Padre de la Nación lo muestran a caballo, con la espada en la diestra y varios rollos de diplomas de la Universidad en la otra. Dentro de los huecos los pilletes suelen colocar basura. 

Las Puertas se enamoró de Esperanza Piedras a los 22 años, al conocerla en un baile organizado en casa de un ex-compañero de estudios. Esa noche tuvo un breve diálogo con la muchacha, durante el cual le propuso matrimonio. Al día siguiente pidió su mano al padre de Esperanza, obteniendo una respuesta negativa, un reto a duelo, algunas costillas rotas y un baño con un balde de desechos. Las virtudes del héroe revirtieron la oposición de la familia al romance, y el padre decidió ayudarlo a hacer fortuna: le pagó el viaje a América. Aunque sólo de ida, y en un buque que amenazaba hundirse antes de zarpar. Las Puertas trató de demorar la partida todo lo posible, pero finalmente la sed de aventura y la escopeta de su futuro suegro lo empujaron a embarcarse en el bergantín sobreviviente de muchas batallas "Mírame de Lejos" – con rumbo a Bahía de San Salvador.

Muchos ajetreos, tifones, motines, hambrunas y mareos después, pisó por primera vez tierra americana un 4 de mayo de 1571. Su plan original era ofrecer su lealtad incondicional y exclusiva, y su fidelidad honesta y eterna, al Gobernador General de Brasil, o al virrey del Perú, o al de Nueva España, o México, o a los administradores de las colonias británicas, holandesas o francesas, o a los piratas, o a los indios.

La llegada a América no fue promisoria para Las Puertas: al desembarcar descubrió que en la premura por embarcar había extraviado las cartas de recomendación para el Gobernador, que obtuviera por intermedio del padre de Esperanza. Otro hombre de menor temple hubiera retornado a España, pero nuestro Héroe Nacional y Fundador de la Patria se presentó igualmente al Gobernador y alardeó de sus múltiples títulos universitarios. Fue admitido como Ayudante de Ayudante de Ayudante en la cocina de la autoridad portuguesa.

En pocos años fue ascendido a Pelador de Papas. Lamentablemente mientras desempeñaba sus tareas hirió accidentalmente con un cuchillo a un cocinero, y mientras intentaba asistirlo volcó un caldero con agua hirviente, quemando al Chef. Decenas de soldados enojados por haberse quedado sin cocinero, sin chef y sin almuerzo, obligaron a Las Puertas a huir de las posesiones portuguesas y ofrecer de urgencia sus servicios a los españoles, el más cercano de los cuales se hallaba a 2500 km de allí. Paradójicamente, mientras hacía apurado su equipaje Las Puertas halló las cartas de recomendación extraviadas, al tiempo que el correo le traía las nuevas que había pedido que le manden. Bajo el buen augurio de esta doble coincidencia, el Héroe Nacional emprendió viaje al sur por la selva amazónica. 

Las Puertas empezó a trabajar como médico en una casilla semiderruída de los suburbios de Chuquisaca. Allí, si bien no ganó mucho dinero con el ejercicio de su noble profesión, logró reunir algún capital mediante la práctica de los juegos de dados y naipes en los que se había vuelto experto durante su viaje a América.

Así pudo trasladarse más al centro de la ciudad y proveerse de vestuario más adecuado a su posición. En poco tiempo hizo grandes progresos, y comenzó a hacerse de clientela entre las familias más adineradas de la ciudad. Una de ellas, los Peña Roca, le cobró afecto por su alegre carácter y buen humor, y lo invitaba frecuentemente a sus fiestas y tertulias, a las que concurría lo más selecto de la sociedad local.

Las Puertas estuvo en amores con la hija mayor de los Peña Roca, e incluso hizo planes para casarse con la amable - aunque no muy bonita- heredera de la fortuna familiar. El noviazgo trascurría apaciblemente, y se efectuaban los preparativos para la inminente boda. Sin embargo, dos días antes de la fecha prevista para la ceremonia, Las Puertas y una criada salieron a tomar aire, se extraviaron en la selva, y nunca pudieron retornar a la ciudad.

Meses después la frustrada novia dio a luz a una niña que llamó Amanda Ilegítima Peña Puertas. La familia y el ejército trataron de seguir el rastro de Las Puertas, tarea en la que colaboraron varios de los acreedores de éste, pero sin éxito.

En paralelo con su noviazgo con Esperanza y la Peña Roca , y su amistad (luego matrimonio) con la criada, de nombre Edelmira, Las Puertas mantuvo noviazgos y casamientos con varias mujeres indígenas. Según la corriente revisionista que opine sobre el tema, el Héroe buscaba robustecer los vínculos culturales nacionales, afincarse en América o aprender dialectos indígenas, favorecido por la poligamia obligatoria para los indios guatepeoreños. Las Puertas siempre dijo que estas uniones eran simbólicas y espirituales, y que los numerosos niños de ellas originados habían sido traídos espontáneamente por cigüeñas o encontrados en el interior de repollos. (Montepío y la miserable corriente política anti-puertina aducen que en América no hay cigüeñas, y que a Las Puertas no le gustaba el repollo, pero la Ley Patriótica de 1944 dictamina que sí hay cigüeñas, y que a Las Puertas sí le gustaba el repollo).

Incontables alumnos de Biología y de Historia Puertina fueron reprobados en los exámenes cada vez que los profesores les preguntaban sobre cómo nacen los niños, sobre el hábitat de las cigüeñas o sobre la descendencia de Las Puertas.

Ningún hijo le reclamó nada mientras fue pobre (o sea siempre). Sin embargo, cuando el destino lo transformó en Héroe póstumo, muchos supuestos herederos entablaron juicio contra el Estado Guatepeoreño, reclamando la totalidad del territorio nacional y aún países vecinos como su herencia. Este reclamo, pese a ser exagerado y dudoso, aún hoy sigue generando expedientes que dan vueltas por los tribunales guatepeoreños y situaciones bélicas con Perú, Brasil y otros países cercanos. Cada tanto algún juez dictamina que el país pertenece a algún tataranieto litigante, lo cual nos suspende la afiliación a las Naciones Unidas, la OEA, el FMI y la FIFA. Nuestro cuerpo diplomático debe esforzarse para volver a insertar a nuestro país en el mundo, o al menos en América, o al menos en el fútbol internacional. También se nos embargan la flota aérea y mercante. (que fue grave en la época en que teníamos aviones o barcos) y las embajadas (que nunca tuvimos).

Cuando las papas queman, el país niega ser país, y se redefine como Estado, Provincia, Agrupación Folklórica, Club de Fútbol u Orquesta de Tango. O si no, se disuelve y se refunda, a menudo con un nombre, bandera y mapa alternativo. La capital y las ciudades se trasladan a toda prisa, generando a veces divertidas paradojas, como que Cenagales se ubica en un desierto, el Río Mandiguní está seco y el Monte Notefíes se ubica en una planicie.

Incontables alumnos de Geografía fueron reprobados en los exámenes cada vez que los profesores les tomaban examen sobre Límites y Fronteras Guatepeoreñas.

Los mapas a veces nos ubican en Sudamérica, en Centroamérica o el Caribe, los cual nos facilita hacer borrón y cuenta nueva con la deuda externa. Y como el país tiene un déficit monstruoso y eterno, resulta no hay mal que por bien no venga…

Que nos digan “País Portátil” es, sin embargo, una exageración…

Volviendo a Las Puertas, el Héroe Nacional y su ahora esposa Edelmira, se establecieron en una localidad rural al sur de Potosí, donde él trabajó como veterinario a sueldo de la familia Ochoa, propietaria de una primitiva fábrica de conservas de pescado. En lo que algunos interpretan como anticipación del uso del botox con fines estéticos, Las Puertas produjo (involuntariamente) muchas conservas con toxina botulínica.

Pero el ingrato Ramón Ochoa discutió con Las Puertas, lo cual derivó pronto en un duelo criollo entre ambos. Testigos del mismo fueron varios peones de la chacra, quienes intervinieron sólo cuando ambos contendientes quedaron tendidos y exhaustos. Los peones atendieron a Ochoa, lastimado al caerse del caballo, y a Las Puertas, descompuesto por la visión de la sangre. Mientras Ochoa era llevado en carro a la chacra, los peones enseñaron a Las Puertas a montar a caballo y lo instigaron a escapar.

Las Puertas recogió a Edelmira y ambos se escondieron en el monte unos días, para emprender luego un largo viaje por la selva. Tardaron más de un año en llegar a la ciudad de Lima, durante el cual Las Puertas aprendió a tocar la armónica, observó los pájaros de la zona y escribió ensayos y poesías. Mientras tanto, Edelmira atendía el hogar, criaba a los hijos y trabajaba en varios oficios, a la vez que aprendió a cazar, a pescar en los arroyos, a comerciar con indios y mercaderes blancos, y a recoger hierbas medicinales y hongos poco venenosos. Antes de llegar a Potosí, Edelmira estaba convertida en una hábil comerciante, cambista y falsificadora de moneda. Las Puertas, que había descripto algunas posibles nuevas especies de aves, estaba orgulloso de su discípula, y vivieron felices algunos meses. Sin embargo, Edelmira había crecido y aspiraba a más. Una noche conoció a Jeremías, un anciano pordiosero paralítico y demente, prófugo de la justicia española, decidió formar pareja con él y abandonó a Las Puertas a su destino.

Las Puertas fue desalojado de la ruina donde vivía y pronto debió partir de Lima, que ya le desagradaba por su clima muy seco y sus múltiples acreedores. Emprendió camino al Norte, llevando sólo su colección de hierbas y hongos. Tenía 55 años y el retorno a España parecía cada vez más lejano.

No voy a decir nada porque me van a decir antipatriota y eso, pero Edelmira pintaba mejor que Máximo para Fundador de Guatepeor, Héroe Nacional y Padre de la Patria. O Madre de la Matria, qué tanto.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Capítulo 2: Los Indios de Guatepeor



Los indios que habitaban el actual territorio Guatepeoreño en la época de la colonización europea eran los mandiguníes y guatepeoreños, pertenecientes al mismo grupo étnico-lingüístico. Vivían en pequeños grupos tribales autónomos y dispersos, que mantenían entre sí contactos mercantiles o bélicos, según las circunstancias.

Desde el punto de vista etnológico y lingüístico estos indios se asemejaban a los guaraníes, con influencia inca, maya, comanche y esquimal. Su noble y olvidada lengua perdura en nuestros nombres geográficos, de flora y fauna, y en los refranes e interjecciones que enriquecen nuestra lengua, aunque su significado se ignore por completo.

Los indios se dedicaban al cultivo de la coca y los hongos alucinógenos. Conocían actividades tales como la caza, la pesca, la recolección de frutos, la alfarería y el curtido de pieles, aunque las dejaban para otras tribus, y preferían comprar lo necesario pagando con coca y hongos.

Es erróneo decir que los indios eran un grupo de narcotraficantes drogadictos, porque esos términos aún no se habían inventado.

Los indios vivían en grupos pequeños nómades, o grupos más grandes que se establecían en la cercanía de ríos, estanques, aguadas o canillas.

El eje de la vida social de la comunidad eran las fiestas rituales, que tenían lugar durante tres meses, y varias veces al año, o una sola vez al año, durante 12 meses. Las celebraciones incluían danzas, canciones, juegos deportivos y promiscuas relaciones sexuales. Todo era acompañado por comida, jugos de frutas tropicales fermentadas (léase alcohol) en abundancia, y los elixires de coca y hongos alucinógenos que la ubérrima tierra Guatepeoreña hace crecer en su seno para solaz de sus naturales.

Los indios no tenían autoridad judicial ni política, sólo un Maestro de Ceremonias que ordenaba a los bailarines durante las celebraciones. Cuando se generaba alguna disputa todos los miembros de la tribu o extranjeros de paso tenían derecho a opinar. Luego de establecerse las opciones, los bandos que defendían una u otra opinión se enfrentaban en una batalla campal, hasta que el bando perdidoso abandonaba el improvisado juzgado y la decisión ya no era puesta en tela de juicio por nadie. Este primitivo sistema de administrar justicia era bastante eficaz, si se descarta el saldo necesario de muertos, heridos y contusos y aún se practica en pueblos apartados, capitales provinciales y la mayoría del territorio habitado.

El juego de fútbol-cabeza era una alternativa a las batallas justicieras. Se elegía un culpable, se le cortaba la cabeza, y con ella se disputaba un juego similar al fútbol. Si ganaba el bando acusador, quedaba justificada la decapitación. Si perdía, se brindaba en honor del decapitado inocente y se recordaban sus logros y méritos. Era algo salvaje, pero había un muerto previsible, en lugar de muchos imprevisibles. Cuando empezaron a conocerse las pelotas de goma, vejiga de cerdo o cuero, fueron desplazando a las cabezas. Pero todos coincidían en que la justicia ya no era tan entretenida.

Inexplicablemente, la sociedad indígena no tenía patrones fijos de organización familiar. Coexistían el matriarcado y el patriarcado, se aceptaba la poligamia y poliandria, y los hijos podían ser criados por los padres, los parientes o amigos, o el primero que pasaba. Quienes eran demasiado vagos para tener casa propia vivían bajo los árboles. Cierto es que no se conoce ninguna casa indígena, ni la conoció ninguno de los cronistas conocidos. Una supuesta casa indígena estuvo muchos años en el Museo Nacional de Historias. (pero los arqueólogos luego descubrieron que se trataba de una caparazón de gliptodonte).

Constituye un enigma para los antropólogos la ausencia de tabúes, prohibiciones y de división del trabajo, así como de religión. Los indios tampoco realizaban ceremonias fúnebres, a juzgar por la ausencia total de tumbas o cementerios. Los muertos eran canibalizados y los bocados menos apetitosos, arrojados a las fieras.

Los estudiosos y expertos guatepeoreños coinciden en atribuir la pobreza en patrones sociales, políticos y religiosos de los indios a su estado de primitivismo y de miseria económica, amén de a una natural depravación moral. Esto explica las dificultades que hallaron los primeros conquistadores para hacer comprender a los indios los conceptos de Dios, Religión, Creación, Juicio Final y Vida Ultraterrena. Los indios se mostraban escépticos, y se bien recibían amablemente a los educadores y clérigos, no prestaban atención a su piadoso mensaje y no accedían a cubrir su desnudez en frente de ellos. Y lo que era más grave, se los comían.

Hasta hoy los indios y sus descendientes tratan de justificar la Creación del Universo y del Hombre y los fenómenos naturales con explicaciones propias poco coherentes, y tienden a tratar de ganar todas las discusiones a los golpes, garrotazos y en los casos más severos, cañonazos.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Capítulo 3: Las Puertas en Guatepeor. (1601-1621)


Volviendo a Las Puertas y su llegada al territorio de los indios guatepeoreños. Extraemos este pasaje de sus memorias:

 "1 de marzo: Después de haber caminado toda la tarde a través de la selva, me he dado cuenta de que estaba perdido. En el hermoso cielo estrellado he reconocido constelaciones y he pedido deseos a las estrellas fugaces, pero admito que me sería de utilidad reconocer la tan mentada cruz del sur, para orientarme y hallar mi camino. Descubrí que los árboles no me sirven para orientarme, dado que son todos iguales. Y peor aún, de noche.
¡Cuánto quisiera hallarme de regreso en España en los brazos de mi amada!
¡Que dura e imprevista la vida del conquistador errante!
¡Que desolación en la selva y el alma!
¡Cuántos mosquitos!

 4 de marzo: Después de pasar mi primera noche perdido en la selva, me desperté rodeado de un grupo de extraños salvajes que me aguzaban con sus lanzas. Pese a mi oposición revisaron mi bolsa de viaje y se la quedaron. Uno de ellos dio vueltas con curiosidad a la damajuana con el aguardiente medicinal que alivia mis dolencias, y decidí tratar de ganarme su amistad, ofreciéndole la bebida. El salvaje bebió unos sorbos y sin pedirme permiso, pasó la damajuana a sus amigos. Todos bebieron con extrañeza primero, con alegría después. Sintiéndome más relajado decidí fumar una pipa, y cuando hice fuego con el yesquero que saqué del bolsillo se sorprendieron y alegraron más aún que con el aguardiente. Después de beber y fumar intentaron de nuevo conducirme al campamento, pero estábamos tan borrachos que no nos sosteníamos en pie. Nos hicimos grandes amigos, y comimos extrañas frutas y hongos que traían consigo. Después de comer, los indios se amontonaron para dormir la mona. Antes de volver a dormirme bajo los efectos del alcohol alcancé a lamentarme por la excelente oportunidad que perdía para huir de mis captores.

5 de marzo: Cuando despertamos emprendimos la marcha hacia el poblado indígena. Es un claro en el bosque con pertenencias dispersas: huesos que se usan para la sopa, pieles con las que se tapan de noche, ramas que usan para los fuegos. Estaban asando animales para el almuerzo, y un indio cocinero, más sucio y pintarrajeado que los demás y bastante antipático insistía en agregarme al menú. Admito que lloré y temblé como un niño. Pero los que me habían capturado intercedieron por mí, y tuve oportunidad de enseñarle al cocinero el uso de las pocas cosas que traía conmigo: mi excelente navaja, mi pipa y yesquero y mi pistolón. Casi echo todo a perder cuando mostrando el uso de éste último, el arma se disparó accidentalmente, hiriendo a uno de los ancianos de la tribu. Pero la ira del cocinero-jefe se disipó cuando le dí a beber el resto de aguardiente que traía, que lo puso de buen talante. Escribo estas líneas bajo su árbol, donde me invitó a dormir, y si bien no estoy demasiado tranquilo con respecto a mi futuro, creo que estoy más seguro que en la selva. Espero mañana poder despedirme de los indios y volver a la civilización. Quisiera apurarme para poder pasar la Navidad en Castilla."

"6 de marzo: Cuando el jefe se durmió, bastante borracho, hice amistad con sus esposas. Cuando quise vestirme vi que el jefe, en lugar de enojarse, se había puesto mis ropas. En lugar de una piel de mono al cuello, prenda única de todos los indios, llevaba pantalones de algodón, chaqueta de cuero y sombrero con pluma. Se pavonea por todo el poblado como un niño con un juguete nuevo. En vista de mi nueva amistad con el jefe decidí quedarme unos días aquí para reponerme y equiparme para el viaje."

Las Puertas no se quedó unos días en el poblado de los indios, sino el resto de su vida. Aprendió que la tribu pertenecía a una raza llamada guatepeoreños, que estaban en guerra con todas las tribus vecinas, y que habían contactado con muy pocos españoles, a quienes habían apreciado muchísimo tanto a la cacerola como asados.

Para los indios guatepeoreños la palabra "Guatepeor" significa "hombre derecho", y "mandiguní" significa "hediondo". Para los mandiguníes, viceversa.

En pocos años de vivir con los indios Las Puertas tomó dos indias por esposas y aprendió unas cuantas maldiciones en su enrevesado dialecto. Entretanto, los indios aprendieron el español y el portugués, y lo poco que Las Puertas sabía de cultura española, artes y ciencias.

Terminado el aprendizaje, el Héroe Nacional fue intimado a trabajar. La primera propuesta fue que participara activamente en preparar la sopa, o pasivamente, en ser parte de ella. Varias indigestiones después, los salvajes intentaron enseñarle al civilizado a recoger vegetales comestibles. En la primera excursión Las Puertas descubrió las frutas con estricnina, que causa una rápida muerte en medio de horribles convulsiones. En los velorios que siguieron se discutieron otras posibilidades de trabajo para el forastero. Las Puertas salió de caza con los demás hombres. Asustados éstos de su mala puntería con el pistolón y la lanza, lo enviaron a recoger leña con las mujeres.

Habiendo comprobado que la recolección de leña disminuía en lugar de aumentar, el jefe lo desvinculó de la tarea y lo envió a pasear a los perros (aún en medio de la selva, los perros necesitan pasear). Una severa alergia, con erupción y dificultad respiratoria, afectó a los perros. Luego de eso, el jefe lo envió a entretener a los niños. Fue ese un gran acierto, ya que esa fue la única de todas las misiones encomendadas en que el Héroe Nacional se sintió a sus anchas. Los niños y él se llevaron de maravillas desde el primer día, y de esa manera habría de surgir uno de los grandes aportes de Las Puertas a la cultura indígena que lo recibió. Un día en que los niños acudieron a Las Puertas para que los divirtiera, éste decidió fabricar un arco y unas flechas primitivas para ellos. Las criaturas disfrutaron del juguete, y cuando los guerreros volvieron de la selva se mostraron igualmente entusiasmados con el novedoso artefacto, al que adoptaron de inmediato. El historiador Salvatierra y otros opinan de este incidente que la influencia de Las Puertas permitió a los indios adelantar en 200 años su nivel cultural. Los historiadores revisionistas lamentan sin embargo que el invento haya permitido a los indios guatepeoreños eliminar a numerosas tribus vecinas.

Hubo otros conocimientos adquiridos por los indios al contacto con un exponente de la civilización. Intentando curar a una india constipada con savia de un árbol, Las Puertas descubrió los efectos del curare, veneno mortal que desde entonces los indígenas del Amazonas usaron para envenenar sus flechas.

En una ocasión Las Puertas intentó abandonar a los indios guatepeoreños y volver a España. Luego de unas horas en la selva lo capturaron indios de otra tribu, los mandiguníes, y lo tuvieron preso por días. Pudo escapar, y fue hallado por un grupo de soldados portugueses que lo confundieron con un indio. Primero abrieron fuego sobre él, pero luego pudieron reconocer que era español, y entonces lo desnudaron, robaron sus provisiones, lo molieron a palos y lo abandonaron a las fieras atado a un árbol. Las Puertas, desengañado, logró desatarse y decidió volver con los indios guatepeoreños, que después de todo no parecían tan mala gente.

Las Puertas se dedicó con ahínco a la tarea de civilizar a los indios. A falta de ciencias, les enseñó danzas, juegos y canciones vulgares europeas, y fabricó para ellos dados y naipes. Con unas ramas y un cuero de agutì les enseñó los rudimentos de una corrida de toros. En poco tiempo los indios de toda la región lo reconocieron como jefe indiscutido de todos ellos. La convergencia cultural hispano-americana pudo imponer estos avances por las buenas o no a las tribus vecinas, exterminando a aquellas reacias al cambio.

El oro, las pedrerías y otras mercancías incautadas a las tribus sometidas fueron utilizados por Las Puertas para intercambiarlas en los lugares civilizados por armas de fuego, cuchillos, tabaco, bebidas y semillas. No habiendo olvidado Las Puertas su vocación médica, hizo traer también numerosas medicinas, incluso las necesarias para combatir las enfermedades venéreas europeas que él mismo, involuntariamente, propagara. Con la ayuda de las armas y enfermedades adquiridas los guatepeoreños acabaron definitivamente con la hostilidad de los mandiguníes y los vendieron como esclavos a los españoles. Las Puertas quiso ser generoso con sus nobles enemigos vencidos, y en su honor dio al poblado de su tribu y al río cercano el nombre de Mandiguní, llamando Condado de Guatepeor a la totalidad del territorio.

Las Puertas terminó con la costumbre indígena de vivir y dormir bajo un árbol, y enseñó a los indios la mayor seguridad y otras ventajas de habitar bajo una enredadera. Entre otros avances, se abrieron las puertas (es un decir) a los inmigrantes europeos, que construyeron las primeras viviendas.

Durante estos años se forjó la base de nuestra actual república occidental. Se empezó a cultivar  maíz y otros productos. Las cosechas permitieron comerciar con los vecinos y recompensar a los indios trabajadores con los marlos de maíz que comían para sobrevivir.

Las Puertas, convertido en conde de Guatepeor, gobernó pacíficamente por más de veinte años, abandonando de a poco la idea de regresar a España a casarse con Esperanza.

Las Puestas, ya anciano, murió durante los preparativos para una cacería de monos. Al parecer estaba usando su viejo y oxidado pistolón para partir un coco, cuando el arma se le disparó accidentalmente y lo mató en el acto.

La veneración que nuestro pueblo profesa al Héroe Nacional es tan grande que hoy en día el nombre de Las Puertas se perpetúa en calles, avenidas, barrios, distritos, ciudades, plazas, museos, puentes y cursos de agua. A tal punto llega nuestro patriotismo que es cosa corriente confundir los domicilios de la gente, las ciudades y aún las provincias en que viven, ya que todo se llama Las Puertas, o si no Conde Las Puertas, Fundador Las Puertas, Héroe Las Puertas, Las Puertas a secas, Calle Las Puertas, etc. A resolver estas confusiones no contribuye la gran cantidad de gente que se apellida Las Puertas, mezcla de la numerosa descendencia del prócer con los admiradores que dejaron su apellido original por el del Héroe. Y si no son Las Puertas, son Portones, Puertos, Puerta, Porta, Portales y Postigos.

Las Puertas se tendría que haber quedado en España con su novia, casarse y formar una familia normal. Y qué clase de Héroe Nacional tiene tantas novias. Y eso de vivir con los indios durmiendo bajo un árbol es una locura. Algunas de sus mujeres pasaron a la historia por haber estado un rato con él. Yo creo que eso no es ningún mérito. Más vale buen marido en mano que Héroe volando.

A mí que me perdonen, pero eso de fundar un país nuevo en el c… del mundo no me parece gran cosa.
Y cuánto gana un Héroe Nacional? No creo que mucho. Mi cuñado es empleado público, está sentado todo el día, con aire acondicionado, y gana para comer todo el mes. Y tiene vacaciones, aguinaldo, plan de salud  y todo. Ni mosquitos, ni caníbales, ni yacarés, ni viajar en un barco peligroso.

Si hubiera sido por mí, Colón se hubiera quedado en la casa tirando barquitos de papel en la bañadera, y ya.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Capítulo 4: Los Hijos de Las Puertas (1621-1622)



Décimo Las Puertas era, pese a su nombre, el hijo mayor del Héroe Nacional, y en carácter de tal heredó el título de Conde de Guatepeor. No heredó, en cambio, la nobleza, generosidad, habilidad práctica, brillantez política y lúcida inteligencia de su padre. Ni siquiera ostentaba sus mismos rasgos físicos, ya que era bajo, debilucho, de ojos rasgados, moreno y tartamudo.

Su primera medida de gobierno como Conde de Guatepeor fue transformar el país en Ducado, y adjudicarse él el título de Duque. Transformó al efecto la casa familiar de Las Puertas, antigua enredadera india, en Casa de Gobierno del Ducado, para lo cual fue ampliada, refaccionada y pintada de color caqui. Fue la única casa pintada del pueblo y del país durante muchos años, de lo cual derivó el nombre de Palacio Pintado. También se lo llamaba Palacio Caquiado, y despectivamente, algo parecido.

Hoy día nuestro país es avanzado y líder regional consustanciado con los beneficios del año 2015, y hay algunas otras casas pintadas, además del Palacio. Aunque cabe decir que el Palacio Pintado ya está bastante despintado, porque 400 años no pasaron en vano.

Décimo Las Puertas tuvo que enfrentar las aspiraciones de sus hermanos a compartir el poder, ya que el Héroe Nacional no había establecido claramente las funciones que asignaba a sus hijos en el gobierno del país.

Los hermanos de Décimo eran, de mayor a menor, Noveno, Octavio, Septimio, Sexto, Quinta, Cuarta, Novamás y Bastaparamí.

Octavio, que tenía un libro de Derecho Romano, asumió las funciones judiciales. Septimio se ocupó de las finanzas del Ducado, ya que siempre se vanagloriaba de saber las dos operaciones aritméticas (creyó durante mucho tiempo que las otras dos eran un invento de sus enemigos para confundirlo y desprestigiarlo). Sexto, por expreso deseo de su madre, había heredado el Palacio Pintado. Quinta, que siempre se había ocupado de las cuestiones domésticas, era incondicionalmente reconocida como ama por los esclavos de la casa, y cuando fue necesario enfrentar disturbios éstos se encargaron de mantener el orden. Esto convirtió en la práctica a Quinta en la jefa de la única tropa del país. Cuarta, la preferida de su padre, era propietaria exclusiva de varias haciendas ganaderas situadas en el Valle Central de Guatepeor, por lo cual disponía de una renta considerable. Novamás tenía gran predicamento entre sus hermanos, ya que había sido elegido por su padre para cursar estudios eclesiásticos en Lima, y era muy piadoso. Por último estaba Bastaparamí, quien por su corta edad lograba imponer sus caprichos a los demás hermanos.

Este panorama refleja, en parte, la desorientación que dominaba en el pequeño estado Guatepeoreño a la muerta de su fundador. Como era de esperar, los hermanos entraron en agudo conflicto.

Siempre que Décimo quiso tomar alguna medida de gobierno, sus hermanos se opusieron a cuánto perjudicara sus intereses. Octavio encontraba siempre cuestiones legales para objetar en cada proyecto, Septimio se oponía a todo aquello que generara gastos, Sexto no dejaba entrar extraños al Palacio Pintado, Quinta retaceaba la ayuda de los esclavos, Cuarta privaba de carne a las ollas del Palacio, Novamás defendía la moral y la fé y Bastaparamí interrumpía las deliberaciones llorando por cualquier motivo.

Afectado de los nervios por tantos inconvenientes, Décimo decidió tomarse unas vacaciones en Asunción, dejando el Ducado provisoriamente en manos de Octavio. Poco después de asumir el mando, y después de intentar en vano familiarizarse con las tareas administrativas necesarias, Octavio decidió emprender viaje a Buenos Aires a visitar a unas tías, dejando a cargo del gobierno a Septimio. Este era el hermano que se hallaba en peores relaciones con los demás, por lo que la situación empezó a desmejorar. Sus hermanos coincidieron por una vez en aliarse en su contra, por lo cual iniciaron la formación de un ejército, el primero con que contó Guatepeor. Los esclavos del Palacio fueron armados con palos y organizados en batallones al frente de los cuales se pusieron oficiales pagados con fondos del Ducado, extraídos clandestinamente de la bolsa del propio Septimio.

Septimio quiso transformar el Ducado en Reino, con el oscuro fin de desplazar del poder a su hermano, el ausente Duque Décimo. Para ello preparó una ceremonia de coronación en la que no se descuidaría ningún detalle para deslumbrar a los ciudadanos y realzar la importancia del evento. El plan fracasó cuando el futuro rey descubrió el robo de la Tesorería Ducal, ya que en la bolsa que merecía tal nombre sus hermanos habían dejado sólo el ojo de vidrio que allí escondía Septimio. Cuando éste increpó a sus hermanos por el robo, Sexto ordenó a los esclavos que lo capturaran y lo deportaran a una ciudad lejana, asumiendo él mismo el Ducado.

Dado la ausencia total de dinero para hacer frente a los gastos del gobierno, Sexto impuso el "Puertín" como moneda oficial, siendo los primeros billetes manuscritos por su secretario. Para respaldar esta emisión, los esclavos del Palacio recorrieron las casas de Mandiguní y algunos poblados vecinos recaudando bienes a manera de impuesto. En el corral del Palacio se fueron acumulando cerdos, caballos, gallinas, hortalizas, prendas de vestir, armas y joyas, valores éstos que eran intercambiables por puertines según el libre criterio del indio Guatepeoreño Tuyutí, Removedor del Estiércol del Establo Ducal y Primer Ministro de Economía del país.

En una histórica sobremesa familiar en la noche del 2 de febrero de 1622, los hermanos Sexto, Quinta, Cuarta, Novamás y Bastaparamí discutieron el futuro del naciente Estado. En la importante reunión participaron también los esclavos del Palacio Pintado, oficiales del ejército que custodiaba las puertas, los novios de Quinta y Cuarta, amigos de la familia que se hallaban de visita, y algunos vecinos con tiempo libre.

Los criterios eran dispares. Sexto pretendía aprovechar los preparativos de la coronación de Septimio para asumir el cargo de Emperador de Guatepeor. Quinta propugnaba un gobierno democrático, Cuarta defendía la incorporación a algún Estado vecino, Novamás quería dividir el país en siete estados soberanos, uno para cada hermano, y Bastaparamí pretendía poner a todos los habitantes en una gran ronda para jugar juntos. Dado lo avanzado de la hora no se arribó a una definición permanente, pero se decidió nombrar un Administrador General Provisorio para resolver las cuestiones más urgentes. La elección recayó en Benjamín Pedrosa, un comedido que nadie sabía quien había invitado a la reunión, pero que se había presentado a la reunión con una cabeza cortada bajo el brazo. Esta invitación a jugar al fútbol era difícil de rechazar, y como habitualmente el dueño de la pelota manda, a Pedrosa se le concedió todo lo que pedía.

El astuto Administrador supo intermediar entre los intereses de los hermanos con singular maestría, y logró así afianzarse en el cargo.

Al poco tiempo los hermanos Las Puertas, liberados de las tediosas discusiones y tareas administrativas, dieron carta blanca a Pedrosa para manejar el gobierno del Ducado (o Condado, o Reino, o Imperio) como mejor le cuadrase, cosa que aquel no se hizo repetir dos veces.

De los hermanos Décimo y Octavio no se supo nunca más nada. Al parecer Décimo y su comitiva fueron muertos por los indios guaraníes antes de llegar a Asunción. Se cree que Octavio intentó varias veces retornar desde Buenos Aires hacia Guatepeor, pero nunca pudo hallar el camino. Novamás emprendió el programado viaje a Lima, pero fue capturado por unos indios reducidores de cabezas, y nunca se supo más nada de él salvo en las vitrinas del museo. Bastaparamí pretendió durante un tiempo suceder a su padre, pero finalmente abandonó la política para dedicarse a la danza folklórica.

No tiene nada de malo la danza folklórica. Mi tía Betina da clases en su casa, tiene muchos alumnos y la pasan bomba. La política es una porquería. En ninguna fiesta invitan a un político a dar un discurso, en cambio seguro que ponen música y todos bailan. Políticos… bah!!!


Lo de tener 9 chicos es un despropósito. Y con esos nombres. Todos te preguntan, y con el décimo qué pasó? Tuvieron algún tipo de… problema? Y para jugar al fútbol cómo hacen? Cinco contra cuatro? Igual hay que cocinar para 10, que es más fácil para hacer la cuenta. Y diez es mejor para conseguir descuento. Si comprás nueve de algo no te descuentan nada, diez es otra cosa.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Capítulo 5: El Administrador Benjamin Pedrosa (1622-1646)

Durante los primeros años de nuestra existencia como nación, es decir desde la entronización de Las Puertas como jefe de una tribu Guatepeoreña hasta la irrupción de Benjamín Pedrosa como Administrador Provisorio, se abrieron las puertas a la inmigración proveniente de España, Brasil y los Virreinatos del Perú y del Río de la Plata.

Muchos colonos blancos se establecieron en las aldeas indígenas, instalando chozas de adobe o paja en cualquier espacio libre. Es así que nuestras ciudades poseen hoy un estilo urbanístico único en el mundo: es su centro una retorcida maraña de estrechas callejuelas que terminan abruptamente en un patio familiar o en un chiquero comunitario. Del mismo modo, los senderos marcados por el ganado fueron transformados en calles o rutas, siguiendo su tortuosa y pintoresca trayectoria original.

El mestizaje tuvo lugar desde el primer momento, siguiendo el ejemplo del mismo Héroe Nacional, que se casó con una Guatepeoreña. Los nombres de la geografía nacional reflejan ampliamente esta mezcla de razas: Cenagales City, Nueva Cataluña, Stéfano Guaruyaí Porá, San Ióshele, Guchimambrá, Maspakí, Maspallá, Retá-Cualcá, Notefíes, etc.

En las regiones más inaccesibles de la selva tropical, en cambio, la población indígena permaneció en estado de mayor pureza, y conservaron por mucho tiempo su enrevesado dialecto, en vez de adoptar el español como sus hermanos más inteligentes.

Aún los indios que vivían en contacto con inmigrantes y criollos conservaron gran parte de su patrimonio cultural, e incluso contagiaron sus costumbres a los blancos. Hasta hace relativamente poco en el interior se practicaban conjuntamente la poligamia, la poliandria, el incesto, la antropofagia y el crimen ritual, sin desmedro de las creencias cristianas o judías y la educación universitaria occidental.

Las fiestas rituales siguieron celebrándose pese a la oposición de los primeros misioneros jesuitas que arribaron al país hacia fines del siglo XVI. Servían como excusa para las fiestas el Carnaval, el Cumpleaños de Las Puertas, la Pascua o la Navidad, tanto como la cosecha del maíz o las lluvias oportunas. A los tradicionales juegos de fútbol-cabeza, bailes, orgías sexuales, reparto de coca, aguardiente y hongos alucinógenos, se agregaron el rezo, las procesiones, la tarantela y la jota. En pos de la integración cultural, ninguna manifestación de regocijo era despreciada.

Parecidos patrones siguió el desarrollo económico de la naciente patria. Se cultivaba lo mismo que habían poseído los indios (maíz, mandioca y coca) con el agregado de los frutos traídos por los inmigrantes. A los ganados caprinos o los monitos domésticos se agregaron vacunos, porcinos, yeguarizos y aves. Los reptiles selváticos siguieron aportando sus cueros para las fábricas de delicados zapatos, carteras a la moda, arreos para mulas y cinturones para caballeros, y su carne para las ollas de los indios y blancos pobres.

Dado que la estructura tribal y las costumbres disolutas de los indios obstaculizaban el progreso del país, el Administrador Provisorio Benjamín Pedrosa recibió directivas de Novamás Las Puertas de adaptar la organización indígena a la realidad de los tiempos que corrían. Debía educar a los indios según patrones modernos, hacerlos abandonar sus prácticas aberrantes, y convencerlos de que se vistieran dignamente y se higienizaran mensualmente. Para ello contaba con varios batallones de esclavos y mercenarios fuertemente armados, al mando de oficiales españoles y portugueses.

No se sabe demasiado sobre la vida de Pedrosa antes de ser nombrado Administrador. En testimonios recogidos por su bisnieta Margarita se lo describe como un hidalgo español venido a menos, que arribó a Mandiguní posiblemente prófugo de la justicia. En un retrato de la época que alguna vez estuvo en el Museo Nacional de Historias, se lo veía como un hombre cincuentón, de breve estatura, casi más ancho que alto, bizco, orejudo y narigón, de prominente mostacho tapándole la boca y la barbilla.

En retratos posteriores se lo ve luego de hacer dieta, alto, delgado, musculoso, bronceado, montando un brioso caballo, y aparentando unos veinte años de edad. Está tocado con un alto sombrero de pluma y tiene el pecho lleno de condecoraciones. (Y un pelotón de soldados mira a todos, incluso al pintor, con aire amenazante).

Pedrosa se dedicó con fanatismo a la civilización de los indios y su integración a la sociedad según las normas civiles y eclesiásticas. Recorrió el país con su tropa, y aseguró en cada hacienda o poblado los mecanismos necesarios para que los indios quedaran bajo la tutela de algún blanco capacitado para educarlos. Los propietarios podían hacer trabajar a los indios en los cultivos, en las excavaciones en busca de metales preciosos (o metales, o en el peor de los casos minerales vistosos), o en cualquier otro menester.

Pedrosa trató siempre que le fue posible, de adjudicar los indios más inteligentes a los propietarios mejores, para sacar más provecho de ambos lados. Así los indios expertos en astronomía, lógica o ingeniería servían a los clérigos o a personas alfabetas y beatas; los avezados en hierbas medicinales, compostura de huesos y partos difíciles obedecían a los pedicuros egresados de la Escuela Médica fundada por Las Puertas en los últimos meses de su vida. Los indios capacitados para la guerra, duchos en lanzar dardos envenenados, en estratagemas bélicas y en logística militar, se pusieron al servicio de las tías de Pedrosa, expertas en costura y bordado, y por último, los maestros de ceremonias se dedicaban al trabajo en las minas, ya que eran harto haraganes y propensos a la jarana como para encargarles tareas delicadas.

Esta política transformó la convivencia pacífica de las comunidades blanca e indígena en una productiva dependencia de los indios hacia sus patrones, ya que los indios plantaban cereales, tejían lana o buscaban oro durante el día, a cambio de recibir alimento y lecciones de catecismo y buenos modales durante la noche. Desde ya fue necesario, para limar asperezas entre ambas comunidades, suprimir las fiestas rituales y eliminar a los indios disidentes, que fueron unos cuántos.

Durante algunos años todo anduvo bien, pero en el año 1646 tuvo lugar la famosa rebelión de Manditorá. Este era un ex maestro de ceremonias de los mandiguníes, que fue enviado por Benjamín Pedrosa a trabajar en las minas de turba del Cerro del Oro, en el norte del país. La producción de turba era escasa u de mala calidad, y esto valía a Manditorá la cruel reconvención de su capataz. Finalmente, Manditorá aprovechó una borrachera del capataz para convencer a los demás mineros de que debían expresar su disconformidad por los malos tratos que recibían. Así, los 15 indios mineros rebeldes degollaron a su 91 capataces, y partieron a pie hasta el cercano poblado, asesinando luego a los 212 empleados administrativos de la mina que allí residían, y a los 400 empleados jerárquicos.

El grupo de Manditorá se dirigió a otros yacimientos similares propagando la insurrección entre los indios mineros. Una desordenada tropa de 2000 indios cruzó el río Retá-Cualcá y entró en la zona maicera del Valle Central de Guatepeor, ganando adeptos entre los cosechadores de maíz. La tropa recaló en Villa Clarambuá, donde por idea de Manditorá se festejó el fin de la esclavitud con una grandiosa ceremonia acompañada de copiosas libaciones, como era habitual en ese entonces (y ahora).

Los mensajeros que llegaban a esa Villa, convertida en cuartel general de Manditorá, anunciaban sin embargo la proximidad de las tropas de Benjamín Pedrosa. El líder de los revoltosos intimó a los indios a recomponer sus filas, en lo posible antes de la llegada del enemigo, y mientras tanto recorrió la villa en busca de morteros, cañones, fusiles, mosquetes, picos, palas y palos para armar a su tropa, siendo lo último de lo nombrado lo único que abundaba.

La batalla de la Villa, como la conoce la historia, se inició al mediodía de un día frío y lluvioso, se interrumpió por dos horas y media para dormir la siesta, y finalizó al atardecer con el triunfo de la hueste de Manditorá, seguido por el desbande de los soldados de Pedrosa. Una versión indica que el grueso de la tropa vencida se extravió pocos kilómetros antes de llevar a la Villa, y sólo combatieron los tres integrantes de la avanzada de exploración. El cronista de la tropa informó, al regresar a la capital, que fueron derrotados por un enemigo fuertemente armado, numérica y técnicamente superior.

Luego de la batalla de la Villa, la tropa indígena promovió la revuelta contra las autoridades y la vuelta a la antigua tradición. En todos los pueblos donde los soldados de Manditorá llevaban la revuelta, las iglesias, municipios y puestos de policía y ejército eran destruidos, y se nombraban grupos de vecinos para organizar la comunidad en ausencia de las autoridades leales a Pedrosa. Medida fundamental era la reimplantación de las tradicionales fiestas indígenas, y el sembradío de tabaco, amapola, coca y hongos.

Por suerte para el país y su futuro de grandeza, tal anarquía no duró demasiado, apenas 16 años. Esto fue lo que demoraron las tropas de Pedrosa para reorganizarse y proveerse de pertrechos, oficiales y tropa de refuerzo en Mandiguní, en los países vecinos y en otros no tan vecinos. Finalmente Pedrosa y su hueste avanzaron hasta Villa Clarambuá, donde penetraron sin hallar resistencia. Se instalaron allí a aguardar el regreso de Manditorá. Este último atacó la Villa al frente de un escuálido batallón. La larga batalla de la Segunda Villa terminó con la rebelión india. La tropa de Pedrosa sufrió unas veinte bajas, pero conservó intactos seis batallones de setecientos hombres. La tropa de Manditorá, en cambio sufrió seis bajas, cuatro indios huyeron y Manditorá fue capturado vivo. Luego de un breve juicio en que se le acusó de masacres, subversión, rebeldía, perjuria, y robo de oro, alhajas y comestibles, se le dio a elegir entre la muerte por fusilamiento, o la deportación al Río de la Plata. Eligió ser fusilado, pero ante la carencia de balas se lo deportó de todos modos. Ya en Buenos Aires, dijo que pensaba que su deportación sería al medio del Río, no a la ciudad, y que estaba muy desilusionado. De todos modos murió ahogado en una tina de baño, dispositivo desconocido para él.

Durante los gobiernos nacionalistas recibieron el nombre de Manditorá numerosas obras públicas de todo el país, pero durante los gobiernos militares, modernistas o derechistas las mismas cambian su nombre y las bautizan con el nombre de algún funcionario o funcionaria de turno, o de algún futbolista de su equipo predilecto. Hasta los niños llamados Manditorá sufren el cambio de nombre por decreto, y pasan a llamarse Eufrasio, Margarita o cosa por el estilo.

Luego de la batalla, las tropas de Pedrosa salieron de las trincheras de la ciudad de la Villa, a la que cambiaron su viejo nombre por Villa Pedrosa del Triunfo, y recorrieron el país eliminando los focos de resistencia en las ciudades y el campo.

Al terminar con el peligro de la rebelión indígena, Pedrosa volvió a la capital, se rebeló contra los hermanos Las Puertas, y en la Primera Batalla del Palacio Pintado derrotó a la Guardia Presidencial y se adueñó del poder (1662).

Pedrosa solía decir que aspiraba a grandes hazañas. Al frente de un ejército triunfante, se esperaba que invadiera Brasil, Argentina, Colombia o Perú. Y algunos especulaban con la formación de una flota con la cual atacarían España, China y Rusia. Una comisión trabajaba en ascender a Guatepeor a la categoría de Imperio Galáctico o cosa parecida.

Como se hacía en esas épocas, unos funcionarios del gobierno hacían contactos con las monarquías del mundo buscando casar a Pedrosa con alguna princesa disponible. Una misión avanzó las gestiones para convencer a las herederas de los tronos británicos, holandés y sueco, en Europa, y etíope, en África. Las preferencias de Pedrosa recayeron en Naje Ftunguangué, en Adis Abeba, Etiopía.

Pedrosa se retiró prematura y sorpresivamente, nombró sucesor a su hijo Boleslao y se estableció en un remoto paraje etíope desde donde cortejaba a su posible futura novia. Se supo que se dedicó al cultivo de zapallos, que en esa zona tenían algún significado ritual relacionado con la fertilidad. Parece ser que en 1668 la Asociación de Cultivadores de Grandes Zapallos de Etiopía le otorgó un Diploma Honorífico por su cuarto puesto en su Concurso Anual. Poco después, se extravió en una ciénaga y se lo comió una anaconda.

Llevó su nombre un zapallo gigante de más de 5 kilos que se ubicaba en el Museo Nacional de Historias de Mandiguní. (reducido a la mitad en la hambruna de 1953, y a nada en la de 1958).

Digan lo que quieran, pero el amor es ciego. Capaz que con la etíope era mucho más feliz que con alguna princesa europea hueca y quisquillosa. Te imaginás a una princesa europea haciéndole comer mate con tortas fritas? Ni ahí. Y un puchero con las sobras de la semana? Ni loca.  En cambio los africanos muertos de hambre se arreglan con cualquier cosa. Nada de desmerecer a doña Ftunguangué. Y digo yo, si la etíope estaba a la altura de las otras que tenían abolengo, oro y corona, seguro que era mucho más linda. La plata te la gastás en un santiamén, pero la belleza dura y el amor es más fuerte…

martes, 22 de septiembre de 2015

Capítulo 6: Boleslao Pedrosa (1662-1716)

El hijo mayor de Benjamín Pedrosa, Boleslao, asumió el poder en Guatepeor con el cargo de Administrador General, cuando contaba con 27 años de edad. No se parecía físicamente a su padre, ya que era alto, apuesto y de rasgos sospechosamente aindiados. Desde pequeño se caracterizó por su astucia y coraje, y por una perseverancia rayana en la terquedad.

En la época de Boleslao sólo estaba colonizado parte del Valle Central de Guatepeor, por lo cual se hacía necesario la conquista y evangelización de las regiones inexploradas del resto del país. Para ello, el Administrador encabezó varias expediciones con las cuales desmontó la selva, abrió caminos, luchó contra las tribus que aún se hallaban en estado de salvajismo y fundó numerosos poblados.

La primera expedición, integrada por 2500 hombres, bordeó la costa del río Mandiguní hacia el noroeste. Numerosas dificultades se opusieron a la marcha. Al trigésimo día de abrirse camino penosamente por la espesura, fueron atacados por indios hostiles. Veinticinco colonos y soldados se perdieron antes de que los agresores fueran puestos en fuga, y fueron enterrados en el lugar, bautizado como Cementerio Pedrosa.

Repuestos del contratiempo, tardaron quince días en recorrer los siguientes 50 km, debido a que la selva era muy espesa y a que Boleslao se negaba a dar rodeos para hallar terreno más despejado. Los hacheros encabezaban la marcha, acumulando troncos y malezas a los costados de la senda labrada. Para no perder de vista el río debían seguir todos los vericuetos de éste, lo cual resultaba en que el recorrido era tres veces más largo que si hubieran marchado en línea recta.

En el segundo campamento Boleslao hizo un alto de tres días para enterrar otras cuarenta personas que murieron atacadas por una especie desconocida de mosquitos, sumamente agresivos. Por ese motivo el lugar fue bautizado como Cementerio Los Mosquitos. De forma similar, los cementerios de Los Cocodrilos, Las Avispas, Las Serpientes y Los Escorpiones fueron jalonando la marcha.

Al llegar a un amplio claro de la selva que se llamó Paraje Pedrosa, los doscientos colonos que quedaban vivos se negaron a seguir adelante o regresar, ya que estaban exhaustos y con escasas provisiones. Dadas las circunstancias, Boleslao los autorizó a quedarse en el lugar, dejando una dotación de treinta policías, cuatro caballos, doce sacerdotes, diez cabras y siete soldados, encargados de proteger a los colonos contra los indios. El resto de la columna emprendió el regreso, esta vez aprovechando un ancho sendero de cerdos salvajes que corría paralelo al río, pero en línea recta.

La colonia de paraje Pedrosa tuvo mucho intercambio con los indios. Los blancos enseñaron español y religión,  y los indios, cómo sembrar, criar ganado, pescar y cazar. También les enseñaron a construir balsas de troncos, con las cuales el trayecto hacia Mandiguní se hacía en pocas horas.

De ahí en más, la vía fluvial permitió un intercambio fluido entre Paraje Pedrosa y la capital, y también el establecimiento de colonos en los cementerios del camino. Los cementerios disponían de unos pocos cuidadores y algunos fotógrafos, vendedores de flores, placas de bronce y recuerdos. Luego cada cementerio adquirió un centro comercial y turístico. Y dado que muchas familias poseían muertos en varios cementerios del recorrido, el “Camino de los Cementerios” se fue haciendo popular, y se pobló de hoteles y restoranes. Curiosamente, los muertos resultaron mucho más productivos que los vivos, y no faltaron militares y políticos que justificaban sus matanzas con este argumento.

En 1680 Boleslao emprendió una nueva expedición, esta vez siguiendo hacia el sur el curso del Mandiguní. La expedición recorrió los pequeños poblados indígenas del fértil Valle Central de Guatepeor para reforzar sus filas y reaprovisionarse de alimentos.

Los lugareños intentaron disuadir a Boleslao de introducirse en la selva, pero una vez que éste tomaba una decisión, ni la Virgen en persona era capaz de disuadirlo. La expedición descansó un día en el poblado y reinició su viaje. Luchando como siempre con la espesa vegetación, el tórrido y ahora húmedo clima, las bestias, los insectos y los infaltables indios hostiles, soportaron dos semanas de marcha, jaloneando como era habitual el camino con las tumbas de los más débiles, agrupados en cementerios alusivos.

Una mañana, el propio Boleslao, que en su impaciencia había salido de avanzada de la expedición, descubrió que el turbio ramal del Mandiguní que venían siguiendo se volcaba en un caudaloso río que les cerraba el paso. Cuando llegó el grueso de la expedición los indios que hablaban Guatepeoreño dijeron repetidas veces "Notefíes", nombre que le quedó al río. Desde la orilla del Notefíes, entonces, se veía la cumbre de un monte asomar hacia el sur, por encima de la siempre lujuriosa y desafiante vegetación. Después de tantos días en que sólo se veían retazos de cielo por entre las ramas de los árboles y las enredaderas, fue maravilloso ver el cielo sobre el río, las aguas cristalinas y susurrantes de éste, y un majestuoso monte emergiendo soberano de la orilla sur.

Allí la alegría del descubrimiento hizo superar las permanentes rencillas entre los oficiales de Boleslao. Después de celebrar con la tradicional ceremonia Guatepeoreña, abundante comida, alucinógenos y bebida, Boleslao ordenó construir cuatro balsas para el cruce del río. Sólo dos balsas naufragaron, y sus tripulantes se ahogaron en la corriente y fueron devorados por las pirañas y yacarés (entre las bajas estuvieron algunos oficiales conflictivos y el hermano menor de Boleslao). Acto seguido, la sufrida hueste de Boleslao escaló el monte, observando al llegar a la cumbre el bello panorama que ofrece la zona pantanosa del sur del país. Como los indios volvieron a insistir con su "Notefíes", así fue bautizado también el monte. Dejaron un documento que explicaba la propiedad de Boleslao sobre el monte y las tierras aledañas y prosiguieron la marcha.

Al descender del monte las ciénagas los recibieron con unas engañosas arenas movedizas, en las que se perdió la avanzada de la tropa. Boleslao, cosa rara en él, se había retrasado discutiendo con un oficial, gracias a lo cual salvó su vida. Después del nuevo accidente, y de nuevos "Notefíes", la tropa se amotinó, pues no querían seguir adelante. El Administrador insistía en rescatar los cuerpos de los infortunados perdidos en la arena, para luego darles cristiana sepultura y fundar un nuevo cementerio. Bastante lamentaba no haber rescatado los cuerpos de los ahogados en el río, que engordaban ahora la fauna ictícola del Notefíes. La tropa, al mando del Capitán Hunfredo Costabrava, regresó a Mandiguní en abierta rebeldía, y Boleslao Pedrosa, con sólo tres fieles indios que se habían incorporado a la expedición para conocer mundo, rodeó las arenas movedizas y se internó en los peligrosos cenagales.

Cuando Costabrava llegó a Mandiguní atacó el Palacio Pintado, derrotando a los defensores del Viceadministrador General que había dejado Boleslao (1663, Segunda Batalla del Palacio Pintado). Una vez pacificada la población a costa de varios fusilamientos, Costabrava asumió el cargo de Administrador General, y levantó un monumento a la memoria del seguramente difunto Boleslao.

Las cosas siguieron su rumbo habitual en Mandiguní, durante cuatro años, cuando sorpresivamente para todos, Boleslao se presentó una mañana en el Palacio Pintado, dispuesto a realizar sus tareas habituales. La población, al enterarse, lo recibió con euforia y algarabía. Cuando Costabrava concurrió a su despacho como todas las tardes, se encontró con Boleslao y fue tal su impresión que murió de un síncope, ahorrando el trabajo de fusilarlo.

Cubierto de tierra, con las ropas andrajosas, curtido por el sol, cubierto de costras y ronchas, maloliente y pelilargo, Boleslao parecía vuelto del infierno, donde sin duda lo hubiera pasado mejor que en las ciénagas.

Contó que unos indios les informaron que masticando el barro que pisaban se lograba rescatar cierta cantidad de plancton, sumamente nutritivo pese a su repugnante olor y sabor. Mamando del seno (o cieno) mismo de la generosa tierra Guatepeoreña los expedicionarios lograron sobrevivir. Si bien los primeros días experimentaron terribles vómitos y diarreas, lograron acostumbrarse a tan insólito alimento. Sólo dos de los indios murieron de gastroenteritis, y Boleslao y el restante, resistentes a todo, lograron arribar a una zona seca y alta. En ese sitio Boleslao puso la piedra fundamental de Cenagales City (1683), nombrando al fiel indígena como Alcalde Mayor y encomendándole la tarea de defender el lugar y poblarlo, en caso de conseguir con quien, en tanto Boleslao volvía a Mandiguní a comunicar la grata nueva.

El viaje de retorno fue, si cabe, peor que el de ida. El valiente Administrador fue atacado por los indios en dos oportunidades más. En la primera, le robaron un anillo que llevaba. En la segunda, lo llevaron prisionero a su guarida. El lugar en que estos indios vivían no podía ser más miserable: unos hoyos excavados en la tierra en una zona ligeramente sobre las ciénagas, en el fondo de los cuales echaban barro. Los habitantes del lugar, aparte de dicho barro, comían corteza de árbol (buen laxante) y ceniza volcánica (favorable para el cutis).

Después de un largo período con estos indígenas, Boleslao logró convencerlos de viajar hacia el norte, donde les prometió que hallarían barro y árboles muy apetitosos. A la cabeza de una docena de indios, Boleslao emprendió el camino de regreso. Al llegar al Notefíes Boleslao lloró de alegría. ¡Por fin en lugar acogedor! Atravesar el río e internarse en la espesura fue tarea simple para él, luego de las penurias sufridas en los cenagales. Los mosquitos venenosos, las serpientes, los felinos, la vegetación salvaje eran saludados por cariño por el sufrido Boleslao. Sin embargo, la prueba fue muy dura para los indios de los pantanos, que extrañaban la calidez de su hogar y decidieron regresar.

Boleslao continuó solo su camino, extraviándose muchas veces pero volviendo a encontrar siempre la ruta.

Luego de arribar a Mandiguní, y vivir los episodios ya mencionados, se dedicó a escribir una extensa memoria describiendo sus viajes, acompañado de una completa cartografía.

Todavía realizó Boleslao varias expediciones más al interior del país, fundando los poblados de Villa Pedrosa Nueva, Puerto Pedrosa, Pedrosa y Pedrosa, y Santo Pedrosa. En uno de sus viajes recordó al indio que dejara custodiando el solar de Cenagales City, y llevó diez carretones con doscientos colonos a instalarse en el lugar. No pudieron encontrarlo, pues el solitario Alcalde se había ido llevándose la Piedra Fundamental, pero hallaron otro lugar alto y seco en medio de los pantanos y allí se instalaron. Sobrevivieron criando patos, cerdos y ranas y cultivando arroz, y edificaron la hoy progresista capital de la provincia de Las Ciénagas.

Boleslao, sobreviviente de tantos riesgos increíbles, falleció en 1716, al caer en un pozo que se estaba excavando en los fondos del Palacio Pintado. Hoy lleva su nombre un cubículo del baño de hombres del Ministerio de Ministerios de Mandiguní.

Lo sucedió su hijo, Rufino Pedrosa.

El tipo éste será un héroe todo lo que quieran, pero yo pienso en la pobre esposa cuando él se iba de viaje. Tanto viaje habrá sido útil para el país, no lo discuto, pero a la esposa hay que atenderla. Ya muestran los cuadros que no se parecía al padre, sinó probablemente al almacenero de la esquina. Y seguro que si este gran viajero tuvo hijos se parecían al mejor amigo de la madre, o al profesor de tenis, o al psicólogo, o al chofer.
Yo entiendo que cuando murió le pusieron su nombre a algo en su honor. Y a la esposa? Se merecía una estatua de bronce. Ya me la imagino, con un cucharón en la mano y gritando. Atendiendo a los chicos, a los proveedores, al plomero, y cuidando que no se queme la comida, todo a la vez. No es justo que haya héroe sin heroína…. Y no digo el polvito blanco, que usan los héroes de ahora, no de antes, digo heroína por la santa esposa de este señor con hormigas en el c…

lunes, 21 de septiembre de 2015

Capítulo 7: Rufino y Margarita Pedrosa (1716-1786)

El hijo de Boleslao fue el primer gobernante Guatepeoreño en viajar a los países vecinos y dar a conocer la existencia de la joven nación. Resultaba necesario abrir nuevas puertas al comercio, ya que no existían casi medicamentos, artículos metálicos, telas finas, papel, semillas ni información sobre lo que sucedía en el mundo. A cambio de ello, el país disponía de maíz, marlos de maíz y harina de maíz en abundancia. Se producían además escasas cantidades de alcohol de maíz, coca, tabaco, plantas venenosas y cueros curtidos de sapos y culebras.

Hasta entonces el comercio se había realizado gracias a los audaces mercaderes que se arriesgaban a atravesar la selva desde Asunción, Minas Gerais, Manaos, Potosí o San Francisco de Apricotina, ciudades a las que Guatepeor debe agradecer su supervivencia.

Rufino Pedrosa, acompañado de una nutrida comitiva, se dirigió en primer lugar a Potosí. Fue acogido con cierta desconfianza por los comerciantes de la ciudad, pero accedieron a intercambiarle los cueros y granos que traía por baratijas.

Rufino pretendía también establecer relaciones diplomáticas con la Corona Española. Sin embargo, las autoridades lo recibieron con frialdad, y sólo le permitieron remitir unas cartas de presentación a las autoridades virreinales.

En un segundo viaje, Rufino se dirigió a Minas Gerais. El viaje fue terriblemente agotador y peligroso, y no parecía promisorio como futura ruta comercial. No obstante las dificultades, Rufino demostró tener una férrea voluntad, fino cincelamiento de la terquedad de mulo de su padre. En 1729 logró alcanzar la ciudad del oro y los diamantes, como había arribado antes a la de la plata.

La acogida que allí recibió no fue mejor que la que había tenido en Potosí. Los comerciantes de Minas tampoco se comprometieron a viajar por cuenta propia a Guatepeor, ya que el aspecto de la delegación era más que lamentable y demostraba a las claras lo arriesgado del trayecto que separaba a las dos ciudades. Por su parte, las autoridades portuguesas tomaron a la chacota a ese vagabundo menesteroso que decía representar a un estado soberano ubicado en el espesor de la selva tropical. Bastante desanimados, Rufino Pedrosa y sus hombres retornaron a Mandiguní, con la equivocada impresión de que sus viajes habían sido en vano.

Cuando las noticias de la existencia de Guatepeor llegaron a oídos de los respectivos soberanos, éstos se pusieron de acuerdo en que la existencia de la joven nación era un hecho insólito y conmovedor. Pese a la enemistad que a la sazón reinaba entre España y Portugal los gobiernos de ambas naciones llegaron a un acuerdo para derrotar a los guatepeoreños, eliminarlos y repartirse su territorio. Fue así que en 1735 dos ejércitos, uno desde Potosí y otro desde Minas Gerais se pusieron en marcha para atacar Mandiguní. Rufino Pedrosa, puesto sobre aviso, creó tres cuerpos de ejército, a cargo de sus hijos Facundo, Eusebio y Margarita. El pueblo entero fue armado y entrenado para la defensa. Diariamente en cada poblado se hacían prácticas de tiro y de lucha cuerpo a cuerpo. Mientras tanto, 1500 hombres armados enviados por el virrey de Lima, y otros tantos por el Gobernador General del Brasil, se internaron en la selva.

Las tropas invasoras tropezaron con las mismas dificultades que las distintas expediciones de los Pedrosa. Nubes de mosquitos, serpientes venenosas, fieras salvajes, ríos caudalosos, terribles calores y lluvias torrenciales diezmaron a las tropas. Extrañas fiebres tropicales provocadas por insectos causaron innumerables bajas. Unos cuantos soldados portugueses arribaron a las cercanías de Paraje Pedrosa, donde fueron capturados por los indios y vendidos como esclavos en el poblado. Otro diezmado grupo de agresores españoles tuvo mejor suerte, pues alcanzó a llegar a la ciudad fortificada de Villa Pedrosa del Triunfo, donde se entregaron a las autoridades a cambio de agua, comida y descanso en la cárcel. Se les capturó una buena cantidad de pólvora y balas, que después del entrenamiento popular masivo comenzaban a escasear.

Guatepeor, gracias al patriotismo de sus habitantes y de sus mosquitos sobrevivió a la agresión imperialista de sus pérfidos vecinos. La tierra puso en pie de Guerra a sus ríos, a su sol ardiente, a su flora y a su fauna, y cuando los invasores fueron vencidos la geografía toda del país, henchida de orgullo, se empeñó más aún en demostrar al mundo sus inexpugnables fronteras y su hostilidad ante los enemigos de la nacionalidad. Los ríos aumentaron su caudal para dificultar más el paso de los viajeros, los mosquitos redoblaron su furia agresiva, de las plantas más tiernas brotaron agudas espinas y lo yacarés, yaguaretés, yararás y pirañas montaron atenta guardia para que nadie osara atravesar la selva sin su permiso.

Como no volvió a saberse de amenaza militar alguna proveniente de las grandes metrópolis, se cree que el temor a nuestro poderío militar disuadió a los soberanos extranjeros de nuevos ataques. O que la existencia de Guatepeor fue olvidada. Sólo algunos pocos mercaderes audaces continuaron conduciendo sus caravanas de mulas entre las grandes ciudades de la zona y Guatepeor. (Recién a fines del siglo XX el transporte aéreo disminuyó el aislamiento en que siempre se encontró nuestra patria, aunque a principios del siglo XXI la situación se retrotrajo al siglo XIX con la estatización y quiebre de la empresa Aerolíneas Guatepeoreñas).

Luego de la fracasada ofensiva extranjera el país vivió días de regocijo. Los Generales de Ejército fueron condecorados y se les erigieron sendos monumentos ecuestres en la capital. Los ejércitos fueron reforzados, y Rufino se abocó a la creación de una fábrica de pólvora y a la preparación de una Escuadra de Mar, encargada por el momento de custodiar las aguas del río (o mejor dicho, riachuelo) Mandiguní y los pantanos del sur. Rufino también decidió enviar otras expediciones diplomáticas a las colonias holandesas e inglesas y al Río de la Plata, pero lamentablemente (o afortunadamente) ninguna llegó a destino.

Rufino Pedrosa murió en 1766, devorado por el oso hormiguero del zoológico de Mandiguní, dejando el gobierno en manos de su hija Margarita. El nombre Rufino Pedrosa se perpetúa en la Sala de Espera del Puesto Sanitario “Los Cuernitos”, en la falda del monte Notefíes.

Margarita era una persona muy autoritaria, y su sola presencia imponía silencio. Solía recorrer el país de incógnito, presentarse en las casa de los habitantes e inquirir en detalles de la vida familiar. Recriminaba enérgicamente a los maridos bebedores, a las madres que no mantenían la limpieza del hogar y a los niños con las orejas sucias. Los funcionarios públicos tampoco escapaban a su control. En una oportunidad irrumpió en la sesión semanal del Cabildo de Maspakí, y armó un terrible escándalo porque los cabildantes se hallaban entregados a una partida de naipes. Los cabildantes fueron amonestados por Margarita en la plaza pública, en un acto al que debieron concurrir todos los habitantes del poblado y de otros cercanos.

La preocupación de Margarita por la cultura era digna de encomio. Frecuentemente organizaba veladas en su casa en las que ella misma tocaba el clavicordio, cantaba y recitaba. Los invitados que no asistían eran severamente reconvenidos en público, a menos que Margarita en persona verificara la autenticidad de sus excusas.

Este tipo de organización paternalista, o mejor dicho, maternalista, fue resistido por los eclesiásticos, por los ricos comerciantes y por vecinos de la capital, sectores éstos que veían disminuida su influencia. Los opositores a Margarita formaron una sociedad secreta para conspirar en contra de Margarita, que funcionaba en el Club de Tiro de Mandiguní. A su vez, los defensores de la organización federal formaron otra sociedad enfrente de la anterior, que se reunía en el Club de Bochas de Mandiguní, y funcionaba a espaldas de la Administradora General (de la cual desconfiaban).

En 1781 Margarita se casó con Antonio Antúnez, próspero comerciante español llegado hacía poco al país. Los preparativos de la boda duraron meses, y se celebró con un gigantesco asado al aire libre en los jardines del Palacio Pintado. Concurrieron los miembros de todos los Cabildos del Valle Central de Guatepeor, y algunos de lugares más alejados. También estuvieron presentes guerreros de tribus indígenas aún salvajes, que concertaron una tregua con el ejército para no perderse los festejos. Incluso tropas que habían sido enviadas a invadir países vecinos debieron regresar para estar presentes en el festejo. Y también los presos fueron dejados en libertad por una semana para que asistieran al magno evento.

La fiesta se celebró en la manera tradicional del país, con abundancia de comida, aguardiente de maíz, coca, tabaco y alucinógenos. Hubo fútbol-cabeza, competencias, canciones y bailes. A la novia no se le permitió tocar el clavicordio, y hubo de bailar con todos los invitados. Recién al cuarto día de festejo ininterrumpido don Antonio Antúnez dio por terminada la fiesta, echando a los remolones a escopetazos.

Facundo Pedrosa, en carácter de Administrador Provisorio, quedó a cargo del gobierno mientras los recién casados viajaban de luna de miel a Asunción del Paraguay, donde permanecieron de incógnito para no recordar a los españoles el espinoso tema de la existencia y soberanía guatepeoreñas.

Facundo, ni bien Margarita partió de Mandiguní, intentó apartar a su hermana definitivamente del poder. Sus amigos del Club de Tiro lo apoyaron, pero los habitués del Club de Bochas y las ciudades del interior se opusieron, y se declararon país independiente y fieles a Margarita. Mandiguní dejó de atender todo tipo de gestión administrativa de las ciudades rebeldes y las declaró inexistentes.

La situación amenazó con degenerar en guerra civil. Fueron convocados los soldados de ambas partes, y se iniciaron ejercicios militares. En ese momento, afortunadamente, regresaron a Mandiguní Margarita y Antúnez. Concurrieron al Palacio Pintado, donde se impusieron de la grave situación, y buscaron a Facundo, encontrándolo mientras dormía en el despacho del Administrador General. La ira de Margarita fue terrible. Los azorados funcionarios de gobierno contemplaron a Margarita abofetear enérgicamente a su hermano, reprocharle su traicionera conducta, y su falta de respeto al alto cargo que ocupaba. En particular, Margarita lo increpó por dormir con los pies sucios de barro sobre el escritorio de caoba, y por haber permitido que se secasen las plantas que adornaban el Palacio. Tomado desprevenido, Facundo no había alcanzado a reaccionar cuando se vio encerrado en un cuartucho de los fondos y privado de postre en la cena.

La situación del país se normalizó, pero se creó una enemistad entre Mandiguní y el interior que habría de persistir muchos años. Las autoridades de la capital vieron con alarma que en el interior no se preocuparon poco ni mucho cuando se suspendieron los trámites y decisiones provenientes de la capital.

Si toda la autoridad, simbología y papelería de la capital no servía para nada, algo había que hacer. Los habitués del Club de Tiro se propusieron reemplazar a Margarita por un poder central fuerte y atemorizador.

Así y todo, Margarita permaneció quince años más en el poder, y sólo cuando la vejez había debilitado su autoridad pudieron los centralistas del Club de Tiro derrocarla. En 1786, el Cuerpo de Ejército dirigido por su sobrino Eustaquio Pedrosa (hijo de Eusebio) derrotó a la Guardia de la Administradora en la 3a Batalla del Palacio Pintado, y lo entronó en el codiciado cargo de Administrador General de Guatepeor.

Margarita Pedrosa murió al poco tiempo atragantada por un hueso de pollo. Recordándola, lleva su nombre un brazo del río Pum (con agua sólo en febrero),

Las guerras siempre las empiezan los hombres. Este Rufino, por ejemplo. Casi nos mete en una guerra donde nos iban a romper el cu… ero. Al final se lo comió el león, y seguro le cayó pesado. La guerra se suspendió por mal tiempo, pero por como estamos, parece que la hubiéramos perdido. Ésa y otras diez. La próxima guerra que quieran hacer, deberían reemplazarla por un partido de fútbol. El que gana se queda con una copa o un diploma, y listo. Acá en Guatepeor un partido común de fútbol se hace con 40 o 50 muertos, a lo sumo, y no con miles como una guerra.

¿Porqué no le declaran la guerra a Europa? A ver como hacen para invadirla. Para mandar un embajador a Uruguay la vez pasada hicieron una colecta, yo tuve que poner medio kilo de zanahorias que había comprado para un puchero, y por lo que yo sé, el embajador no llegó ni a la estación de micro. Hubo una inundación y desapareció la estación, el camino y la frontera. Seguramente se comió todas mis zanahorias porque lo ví medio anaranjado. Ojalá que ahora lo manden de embajador con los caníbales.


domingo, 20 de septiembre de 2015

Capítulo 8: Eustaquio Pedrosa y la Revolución Republicana (1786-1838)

El Administrador Eustaquio Pedrosa no tuvo reparos en destruir toda la estructura de gobierno edificada por Margarita, quien fue deportada a Asunción junto con su esposo y sus hijos. La primera medida del nuevo gobierno fue arrancar las cretonas y begonias que adornaban el Palacio Pintado, aduciendo que "el Palacio debe ser una fortaleza y no un jardincillo de mujeres", según registró el Encargado de Actas y Actos.

Como Eustaquio consideraba que el atraso cultural y espiritual de Guatepeor era el origen de todos sus males, mandó pedir a Lima un representante de la Inquisición, para formar un Tribunal del Santo Oficio en Mandiguní. Su accionar limpió de herejes, apóstatas e infieles a todos los sitios que alcanzó su brazo poderoso. Debido a la lentitud del correo y a la inercia burocrática local, aún hoy 193 años después de desaparecida la Inquisición en España, la Inquisición Guatepeoreña sigue viva y activa, organizando misas y quemando herejes. Se prevee que se disuelva definitivamente durante el festejo de su 200º aniversario, para lo cual por suerte falta poco.

Continuando su obra unificadora, Eustaquio quiso disolver los Clubes de Bochas y Tiro, sede de la actividad política opositora, pero hubo mucha oposición. Entonces optó por autorizar los juegos de azar y la prostitución en todos los clubes de la Capital, con lo cual logró que la política en ellos pasara a un segundo plano.

Durante el largo período de gobierno de Eustaquio Pedrosa se ganaron nuevos espacios de territorio, a expensas de algunas tribus salvajes que se pudieron reducir a la esclavitud o confinaron en estrechas reservaciones. En esta época se organizaron las primeras exportaciones masivas de maíz hacia Brasil y Paraguay, con las cuales se financiaron importaciones de piedras preciosas y obras de arte, destinadas al embellecimiento de los edificios públicos. Una policía secreta, llamada "la Choclera" por el emblema que usaban en el sombrero, se encargaba de mantener el orden y asegurar la conformidad popular, bastante amenazados por los altos impuestos instituidos por el recientemente fundado Comité Nacional Municipal Impositivo. Algunos historiadores opinan que o era policía secreta, o llevaba un choclo identificatorio en el sombrero. Tal disyuntiva aún no ha sido dilucidada plenamente. Quizá el choclo podía ser escondido en algún lado...
Hacia 1826 comenzó a crecer el descontento popular. Muchos jóvenes guatepeoreños manejaban conceptos revolucionarios para la época, y estaban al tanto de la existencia de la Revolución Francesa, ocurrida sólo 37 años antes. Para difundir las nuevas ideas librepensadoras fundaron una nueva sociedad secreta, disimulada como Club de Pesca de Mandiguní. Las actividades del Club no despertaron las sospechas de la Choclera, pese a que en el río Mandiguní sólo se pescaban por entonces pirañas poco comestibles. (Tiempo después aún éstas desaparecieron, a raíz de la contaminación causada por los afluentes cloacales de la populosa urbe). Ante algunas denuncias de pescadores cuya admisión al Club fue negada, la Choclera irrumpió varias veces para arrestar a los pescadores y confiscar sus libros, pero éstos no dieron a Pedrosa ningún indicio que le hiciera comprender la verdadera naturaleza del Club de Pesca. (Los libros en francés estaban muy de moda y eran señal de alto nivel social, aunque nadie en Guatepeor leía francés).

La agitación se acentuó en 1837. Los rebeldes editaron en Los Marlos un periódico clandestino, llamado "El Despedroce", que convocaba a la lucha contra Eustaquio Pedrosa. La Choclera tuvo mucho trabajo por ese entonces, y muchos revolucionarios fueron arrestados y sus bienes expropiados.

En 1836 el Club anunció un gran concurso de pesca en distintos pantanos del interior del país, y sus miembros utilizaron esa excusa para dirigirse al interior del país a propagar las ideas liberales y anticlericales, y a promover el descontento y la insurrección contra las autoridades tradicionales, establecidas y legítimas. Pedrosa no sospechó nada, e incluso llegó a anotarse para participar en el concurso. Llegado el momento de comenzarlo, al Administrador General le fue designado un arroyuelo en la localidad de Pantanales, zona densamente poblada por toda clase de insectos y reptiles venenosos, amén de caníbales y un clima tórrido e insalubre.

Mientras Eustaquio Pedrosa trataba de pescar algo, sus opositores tomaron control de la capital. Identificados con cintas amarillas, provocaron escándalos en las calles. Los miembros de La Choclera se comieron el choclo que los identificaba, aunque fuera de cartón y no real.

Eustaquio regresó a la capital, pero cuando la cosa se puso espesa huyó por los tejados del Palacio Pintado. Más tarde se presentó en un hospital para curarse un balazo en la espalda que había recibido al huir, donde lo curaron del balazo, pero murió contagiado de tos convulsa.

Los pocos soldados honestos que aún eran fieles al legítimo Administrador trataron de defender el Palacio ante las hordas atacantes, pero los rebeldes los derrotaron, y sobre el filo del Año Nuevo de 1838….

…nuestros valerosos revolucionarios tomaron el Palacio y ajusticiaron a los lacayos del tirano. Fue la 4a batalla del Palacio Pintado y el triunfo de la Revolución Republicana.