lunes, 21 de septiembre de 2015

Capítulo 7: Rufino y Margarita Pedrosa (1716-1786)

El hijo de Boleslao fue el primer gobernante Guatepeoreño en viajar a los países vecinos y dar a conocer la existencia de la joven nación. Resultaba necesario abrir nuevas puertas al comercio, ya que no existían casi medicamentos, artículos metálicos, telas finas, papel, semillas ni información sobre lo que sucedía en el mundo. A cambio de ello, el país disponía de maíz, marlos de maíz y harina de maíz en abundancia. Se producían además escasas cantidades de alcohol de maíz, coca, tabaco, plantas venenosas y cueros curtidos de sapos y culebras.

Hasta entonces el comercio se había realizado gracias a los audaces mercaderes que se arriesgaban a atravesar la selva desde Asunción, Minas Gerais, Manaos, Potosí o San Francisco de Apricotina, ciudades a las que Guatepeor debe agradecer su supervivencia.

Rufino Pedrosa, acompañado de una nutrida comitiva, se dirigió en primer lugar a Potosí. Fue acogido con cierta desconfianza por los comerciantes de la ciudad, pero accedieron a intercambiarle los cueros y granos que traía por baratijas.

Rufino pretendía también establecer relaciones diplomáticas con la Corona Española. Sin embargo, las autoridades lo recibieron con frialdad, y sólo le permitieron remitir unas cartas de presentación a las autoridades virreinales.

En un segundo viaje, Rufino se dirigió a Minas Gerais. El viaje fue terriblemente agotador y peligroso, y no parecía promisorio como futura ruta comercial. No obstante las dificultades, Rufino demostró tener una férrea voluntad, fino cincelamiento de la terquedad de mulo de su padre. En 1729 logró alcanzar la ciudad del oro y los diamantes, como había arribado antes a la de la plata.

La acogida que allí recibió no fue mejor que la que había tenido en Potosí. Los comerciantes de Minas tampoco se comprometieron a viajar por cuenta propia a Guatepeor, ya que el aspecto de la delegación era más que lamentable y demostraba a las claras lo arriesgado del trayecto que separaba a las dos ciudades. Por su parte, las autoridades portuguesas tomaron a la chacota a ese vagabundo menesteroso que decía representar a un estado soberano ubicado en el espesor de la selva tropical. Bastante desanimados, Rufino Pedrosa y sus hombres retornaron a Mandiguní, con la equivocada impresión de que sus viajes habían sido en vano.

Cuando las noticias de la existencia de Guatepeor llegaron a oídos de los respectivos soberanos, éstos se pusieron de acuerdo en que la existencia de la joven nación era un hecho insólito y conmovedor. Pese a la enemistad que a la sazón reinaba entre España y Portugal los gobiernos de ambas naciones llegaron a un acuerdo para derrotar a los guatepeoreños, eliminarlos y repartirse su territorio. Fue así que en 1735 dos ejércitos, uno desde Potosí y otro desde Minas Gerais se pusieron en marcha para atacar Mandiguní. Rufino Pedrosa, puesto sobre aviso, creó tres cuerpos de ejército, a cargo de sus hijos Facundo, Eusebio y Margarita. El pueblo entero fue armado y entrenado para la defensa. Diariamente en cada poblado se hacían prácticas de tiro y de lucha cuerpo a cuerpo. Mientras tanto, 1500 hombres armados enviados por el virrey de Lima, y otros tantos por el Gobernador General del Brasil, se internaron en la selva.

Las tropas invasoras tropezaron con las mismas dificultades que las distintas expediciones de los Pedrosa. Nubes de mosquitos, serpientes venenosas, fieras salvajes, ríos caudalosos, terribles calores y lluvias torrenciales diezmaron a las tropas. Extrañas fiebres tropicales provocadas por insectos causaron innumerables bajas. Unos cuantos soldados portugueses arribaron a las cercanías de Paraje Pedrosa, donde fueron capturados por los indios y vendidos como esclavos en el poblado. Otro diezmado grupo de agresores españoles tuvo mejor suerte, pues alcanzó a llegar a la ciudad fortificada de Villa Pedrosa del Triunfo, donde se entregaron a las autoridades a cambio de agua, comida y descanso en la cárcel. Se les capturó una buena cantidad de pólvora y balas, que después del entrenamiento popular masivo comenzaban a escasear.

Guatepeor, gracias al patriotismo de sus habitantes y de sus mosquitos sobrevivió a la agresión imperialista de sus pérfidos vecinos. La tierra puso en pie de Guerra a sus ríos, a su sol ardiente, a su flora y a su fauna, y cuando los invasores fueron vencidos la geografía toda del país, henchida de orgullo, se empeñó más aún en demostrar al mundo sus inexpugnables fronteras y su hostilidad ante los enemigos de la nacionalidad. Los ríos aumentaron su caudal para dificultar más el paso de los viajeros, los mosquitos redoblaron su furia agresiva, de las plantas más tiernas brotaron agudas espinas y lo yacarés, yaguaretés, yararás y pirañas montaron atenta guardia para que nadie osara atravesar la selva sin su permiso.

Como no volvió a saberse de amenaza militar alguna proveniente de las grandes metrópolis, se cree que el temor a nuestro poderío militar disuadió a los soberanos extranjeros de nuevos ataques. O que la existencia de Guatepeor fue olvidada. Sólo algunos pocos mercaderes audaces continuaron conduciendo sus caravanas de mulas entre las grandes ciudades de la zona y Guatepeor. (Recién a fines del siglo XX el transporte aéreo disminuyó el aislamiento en que siempre se encontró nuestra patria, aunque a principios del siglo XXI la situación se retrotrajo al siglo XIX con la estatización y quiebre de la empresa Aerolíneas Guatepeoreñas).

Luego de la fracasada ofensiva extranjera el país vivió días de regocijo. Los Generales de Ejército fueron condecorados y se les erigieron sendos monumentos ecuestres en la capital. Los ejércitos fueron reforzados, y Rufino se abocó a la creación de una fábrica de pólvora y a la preparación de una Escuadra de Mar, encargada por el momento de custodiar las aguas del río (o mejor dicho, riachuelo) Mandiguní y los pantanos del sur. Rufino también decidió enviar otras expediciones diplomáticas a las colonias holandesas e inglesas y al Río de la Plata, pero lamentablemente (o afortunadamente) ninguna llegó a destino.

Rufino Pedrosa murió en 1766, devorado por el oso hormiguero del zoológico de Mandiguní, dejando el gobierno en manos de su hija Margarita. El nombre Rufino Pedrosa se perpetúa en la Sala de Espera del Puesto Sanitario “Los Cuernitos”, en la falda del monte Notefíes.

Margarita era una persona muy autoritaria, y su sola presencia imponía silencio. Solía recorrer el país de incógnito, presentarse en las casa de los habitantes e inquirir en detalles de la vida familiar. Recriminaba enérgicamente a los maridos bebedores, a las madres que no mantenían la limpieza del hogar y a los niños con las orejas sucias. Los funcionarios públicos tampoco escapaban a su control. En una oportunidad irrumpió en la sesión semanal del Cabildo de Maspakí, y armó un terrible escándalo porque los cabildantes se hallaban entregados a una partida de naipes. Los cabildantes fueron amonestados por Margarita en la plaza pública, en un acto al que debieron concurrir todos los habitantes del poblado y de otros cercanos.

La preocupación de Margarita por la cultura era digna de encomio. Frecuentemente organizaba veladas en su casa en las que ella misma tocaba el clavicordio, cantaba y recitaba. Los invitados que no asistían eran severamente reconvenidos en público, a menos que Margarita en persona verificara la autenticidad de sus excusas.

Este tipo de organización paternalista, o mejor dicho, maternalista, fue resistido por los eclesiásticos, por los ricos comerciantes y por vecinos de la capital, sectores éstos que veían disminuida su influencia. Los opositores a Margarita formaron una sociedad secreta para conspirar en contra de Margarita, que funcionaba en el Club de Tiro de Mandiguní. A su vez, los defensores de la organización federal formaron otra sociedad enfrente de la anterior, que se reunía en el Club de Bochas de Mandiguní, y funcionaba a espaldas de la Administradora General (de la cual desconfiaban).

En 1781 Margarita se casó con Antonio Antúnez, próspero comerciante español llegado hacía poco al país. Los preparativos de la boda duraron meses, y se celebró con un gigantesco asado al aire libre en los jardines del Palacio Pintado. Concurrieron los miembros de todos los Cabildos del Valle Central de Guatepeor, y algunos de lugares más alejados. También estuvieron presentes guerreros de tribus indígenas aún salvajes, que concertaron una tregua con el ejército para no perderse los festejos. Incluso tropas que habían sido enviadas a invadir países vecinos debieron regresar para estar presentes en el festejo. Y también los presos fueron dejados en libertad por una semana para que asistieran al magno evento.

La fiesta se celebró en la manera tradicional del país, con abundancia de comida, aguardiente de maíz, coca, tabaco y alucinógenos. Hubo fútbol-cabeza, competencias, canciones y bailes. A la novia no se le permitió tocar el clavicordio, y hubo de bailar con todos los invitados. Recién al cuarto día de festejo ininterrumpido don Antonio Antúnez dio por terminada la fiesta, echando a los remolones a escopetazos.

Facundo Pedrosa, en carácter de Administrador Provisorio, quedó a cargo del gobierno mientras los recién casados viajaban de luna de miel a Asunción del Paraguay, donde permanecieron de incógnito para no recordar a los españoles el espinoso tema de la existencia y soberanía guatepeoreñas.

Facundo, ni bien Margarita partió de Mandiguní, intentó apartar a su hermana definitivamente del poder. Sus amigos del Club de Tiro lo apoyaron, pero los habitués del Club de Bochas y las ciudades del interior se opusieron, y se declararon país independiente y fieles a Margarita. Mandiguní dejó de atender todo tipo de gestión administrativa de las ciudades rebeldes y las declaró inexistentes.

La situación amenazó con degenerar en guerra civil. Fueron convocados los soldados de ambas partes, y se iniciaron ejercicios militares. En ese momento, afortunadamente, regresaron a Mandiguní Margarita y Antúnez. Concurrieron al Palacio Pintado, donde se impusieron de la grave situación, y buscaron a Facundo, encontrándolo mientras dormía en el despacho del Administrador General. La ira de Margarita fue terrible. Los azorados funcionarios de gobierno contemplaron a Margarita abofetear enérgicamente a su hermano, reprocharle su traicionera conducta, y su falta de respeto al alto cargo que ocupaba. En particular, Margarita lo increpó por dormir con los pies sucios de barro sobre el escritorio de caoba, y por haber permitido que se secasen las plantas que adornaban el Palacio. Tomado desprevenido, Facundo no había alcanzado a reaccionar cuando se vio encerrado en un cuartucho de los fondos y privado de postre en la cena.

La situación del país se normalizó, pero se creó una enemistad entre Mandiguní y el interior que habría de persistir muchos años. Las autoridades de la capital vieron con alarma que en el interior no se preocuparon poco ni mucho cuando se suspendieron los trámites y decisiones provenientes de la capital.

Si toda la autoridad, simbología y papelería de la capital no servía para nada, algo había que hacer. Los habitués del Club de Tiro se propusieron reemplazar a Margarita por un poder central fuerte y atemorizador.

Así y todo, Margarita permaneció quince años más en el poder, y sólo cuando la vejez había debilitado su autoridad pudieron los centralistas del Club de Tiro derrocarla. En 1786, el Cuerpo de Ejército dirigido por su sobrino Eustaquio Pedrosa (hijo de Eusebio) derrotó a la Guardia de la Administradora en la 3a Batalla del Palacio Pintado, y lo entronó en el codiciado cargo de Administrador General de Guatepeor.

Margarita Pedrosa murió al poco tiempo atragantada por un hueso de pollo. Recordándola, lleva su nombre un brazo del río Pum (con agua sólo en febrero),

Las guerras siempre las empiezan los hombres. Este Rufino, por ejemplo. Casi nos mete en una guerra donde nos iban a romper el cu… ero. Al final se lo comió el león, y seguro le cayó pesado. La guerra se suspendió por mal tiempo, pero por como estamos, parece que la hubiéramos perdido. Ésa y otras diez. La próxima guerra que quieran hacer, deberían reemplazarla por un partido de fútbol. El que gana se queda con una copa o un diploma, y listo. Acá en Guatepeor un partido común de fútbol se hace con 40 o 50 muertos, a lo sumo, y no con miles como una guerra.

¿Porqué no le declaran la guerra a Europa? A ver como hacen para invadirla. Para mandar un embajador a Uruguay la vez pasada hicieron una colecta, yo tuve que poner medio kilo de zanahorias que había comprado para un puchero, y por lo que yo sé, el embajador no llegó ni a la estación de micro. Hubo una inundación y desapareció la estación, el camino y la frontera. Seguramente se comió todas mis zanahorias porque lo ví medio anaranjado. Ojalá que ahora lo manden de embajador con los caníbales.


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